17 diciembre 2005

Cuento: Mi hermano, Yo, y mi otro Yo.

Viña del Mar, algún día de 1998.
Antes de contar el relato debo dar como dato que tengo – desde su nacimiento – un hermano gemelo, sí, el hermano que te acompaña toda la vida, ya que los gemelos, además de ser hermanos, son normalmente (y es el caso mío), tu compañero de curso, compañero de juegos, diabluras, partner de los carretes, y el amigo leal por toda la vida. Pero la historia es historia, y lo que voy a contar tiene mucho que ver con la forma en que se ve a un hermano gemelo.

Ya había pasado los treinta años, venía llegando de un viaje, y llamé por teléfono a mi hermano para que nos juntáramos a tomar un café en la gelatería donde siempre bebíamos café cortado, y comentábamos la contingencia nacional junto a otros amigos de la tertulia. Acordamos juntarnos a las 19:00 hrs. en la gelatería.

Yo, siempre puntual, llego a las 7PM, pido un café para la espera, me pongo en la barra dándole la espalda a la escala automática, la cual está forrada por su exterior con espejos. Converso con la niña que me atiende, y sorbeteo mi café mirando a segundos mi reloj para ver qué hora es. En eso estoy cuando me doy vuelta hacia la escala automática y veo a mi hermano – algo tieso – pero él al fin. Lo saludo con mi mano en alto por si no me ha visto, a pesar de que está a unos 3 metros de mí. Ahí fue el momento en que me di cuenta, cuando lo vi saludar tal cual yo lo estaba haciendo … ¡era yo mismo reflejado en el espejo!

Sin mediar palabra me giro nuevamente a la barra, la niña que me atiende me mira desconcertada, yo me hago el güeón, sigo tomando café y mirando el reloj. Asumo que las 20 personas que estaban en la cafetería no se dieron cuenta de tamaño condoro, ya que por suerte no le grité “Hola hermano”.

Cuando llega por fin mi hermano, unos minutos después, le digo al oído: “no sabís nada güeón, tenemos un trillizo y está aquí mismo en la cafetería”.

PS: Un tributo a mi madrina Luchita y el tío Fito (en la foto), ambos actualmente en Canadá.

23 noviembre 2005

Cuento: El final del camino.

La noche que murió mi Tía Toty, ya ni recuerdo cuando.
Conducía muy rápido, tanto como podía, y no superaba los 60 Kms/Hr. dado el taco que había en cada calle principal que tomaba; tercera, segunda, primera, segunda, primera, segunda, tercera … había inventado un nuevo modo de ejercitar el brazo. Toda esta tontera pasaba por mi cabeza para no tener que pensar en hablar con mi acompañante, no es que no quisiera hablarle realmente, simplemente no se me ocurría que decirle.

Llevábamos unos 15 minutos en el coche, y el silencio sólo se rompía por algún bocinazo frenético, alguna frenada de último segundo, o por mi radio que a ratos sintonizaba alguna canción, finalmente la apagué ya que el silencio al interior del auto no me dejaba escucharla.

A ratos lo veía de reojo, llevaba la mirada perdida, sus ojos brillaban, y a ratos, el sonido de su nariz lo delataba en su llanto. Yo no sabía aún que le quedaba más por llorar, como tampoco él imaginaba que le quedaba aún más por sufrir. Y así íbamos por la carretera, sentados uno al lado del otro, pero separados por 50 años de historia, por pensamientos muy distintos, y a la vez unidos por la misma pena.

Jamás imaginé que tendría que hablar con él, menos de ciertas cosas que nunca se hablan, o por lo menos piensas que nunca las vas a hablar, sólo las escuchas por otras bocas, y que han llegado a otros oídos. Me veía en el auto, conduciendo como un día más, un día distinto por el hecho de ir con él, pero de ahí nada más especial, sin embargo sabía que ese día era muy especial, que habíamos construido otro vínculo, sin embargo, el puente entre nosotros estaba a punto de derrumbarse. Miraba hacia atrás por el espejo, y veía la cantidad de autos que había adelantado, y calculaba la cantidad de veces que me vi en situaciones similares, dando explicaciones donde no las hay, divagando acerca de si algún día seré un político aclamado por la gente, dándome volteretas sobre mis sueños, tratando de no hablar nada.

"¿Dónde estamos?" Me pregunta con melancolía, “es un atajo que conozco, para evitar el taco” le respondo, y así, mirando el reloj del coche calculaba que llevábamos alrededor de 40 minutos evitando la congestión de verano. No sé si habrá una fila de autos más larga en este país que la que se forma entre Quintero y Viña del Mar, los domingos por la tarde, en verano. Giro a la derecha, giro a la izquierda, freno, doblo, acelero, pensaba en si acaso sería un buen conductor de autos de rally, y divagaba en cosas así a ratos, y no hablaba nada con él.

A medida que nos acercamos a donde íbamos ya no siento ganas de seguir acelerando, no tengo deseos de llegar, disminuyo un poco la velocidad, enciendo la radio, y ahora escucho algo, pero no la canción apropiada, giro a la izquierda, acelero, giro a la derecha, acelero, freno, doblo a la izquierda, y allí estoy, con el auto a punto de detenerse, y a segundos de tener que decir algo, algo que lo despierte de sus sueños; “llegamos, espere, lo ayudo a bajarse del auto”, no se me ocurrió más que eso, "gracias” escucho a lo lejos, de una voz que se va ahogando, apagando, yendo.


Caminamos, lo sujeto del brazo, seguimos caminando, lo abrazo, le abro la puerta de la clínica, nos miran, y no vemos a nadie , recorremos un pasillo tétrico, ahora más frío, hasta que llegamos a la habitación Nº8, abro la puerta, y le digo “ahí está mi tía ¿desea estar solo tío con ella?”, alcanzo a escuchar un "no se preocupen”, y luego veo como se va al lado de la cama, toma la cara de ella, y la besa, la abraza, le echa su pelo para atrás, llora, y no deja de llorar; allí estaba su mujer, la que lo acompañó por casi cincuenta años, y ahora ya no estaría más. Allí estábamos, una enfermera, mi mujer, y yo contemplando la frialdad de la soledad que sentía mi tío, y el aún tibio cuerpo de mi tía, inerte, ciego de vida.


Cuando lo fui a dejar, íbamos ambos en el coche, y nos preguntábamos por qué, y nos respondíamos lo que podíamos, lo que se nos ocurría, lo que debíamos. Primera, segunda, tercera… cuarta, el taco ha pasado, es domingo entrada la noche, y vamos uno al lado del otro, juntos, como nunca en la vida lo habíamos estado, contemplando la oscuridad, al rato me dice “¿Dónde estamos”, “en Sausalito, por aquí sale más rápido el viaje” le respondo, y comienzo a pensar si algún día hubiera sido un buen piloto de rally .. y continuamos el viaje.

16 octubre 2005

Cuento: Un buen momento para quedarse callado ...

Un día de invierno, Gómez Carreño, 1985.
Corrían los buenos tiempos, aquellos de la Universidad, donde mi única preocupación era estudiar, rendir, y hacer durar lo más posible la mesada que me daban. Por lo mismo, para tener algo más de dinero para el bolsillo, y los gastos de fin de año, es que me decidí a realizar clases particulares de matemáticas, para aquellas personas que estuviesen por dar la prueba de aptitud en ese año.


El destino estaba de mi parte, Javiera, la polola de mi hermano estaba ese año en 4to medio, y tenía una compañera que andaba buscando profesor particular de matemáticas, así que se ofreció de nexo y acordamos juntarnos en cerca del centro de Viña del Mar. Lo que debía atemorizarme era que nunca había hecho clases antes, y no había repasado materias tampoco, sin embargo el dolor de estómago que tenía era por el nerviosismo de no saber como sería dicha alumna. Y llegó el día y hora acordada, todos puntuales, estaba Javiera junto a su compañera; una niña de pelo liso con el color del trigo, unos ojos grandes de color verde pardo, tez muy blanca, y no pude ver más dado que no quería seguir moviendo mi cabeza en dirección al suelo, pero lo que venía se vislumbraba muy bien. Nos presentamos muy relajadamente: “hola, soy Gonzalo”, “hola, soy Ximena”, y acordamos de inmediato la forma de hacer las clases, dos veces por semana, en mi casa.


Primer día de clases: Llegó puntualmente a mi casa, comencé con una descripción de las materias que veríamos durante los próximos 3 meses, y bla-bla-bla … “¿quieres un vaso de jugo?” le pregunto, “No, gracias” me responde. Sería todo. Apenas me miraba, se veían apenas sus ojos detrás de su chasquilla, y sólo tenía reservados algunos monosílabos para mí; “no, sí, mmm, no sé, sí sé, lo he visto, mmm, mmm …”. Resumen de la clase: algo complicada por que no sé si irá a entender, nivel de la comunicación de 1 a 10, tendiendo a 1.


Llevo cinco o seis clases: El nivel de comunicación está bordeando ya el 2, descubro que esta chica me gusta, a pesar de que lo que veo normalmente en las clases son su frente cubierta por su chasquilla rubia, y los monosílabos aumentan no en cantidad sino que en frecuencia.
Pero no está todo dicho, me propongo hacer algo, y es así como un día le pregunto a Javiera el porqué del comportamiento de Ximena, si yo sabía que Ximena integraba el grupo de teatro de su colegio, por lo tanto suponía que tenía una personalidad algo extrovertida, o por lo menos que no se amedrentaba con facilidad ante una situación nueva, y Javiera me dice lo que nunca debió haber dicho: “lo que pasa es que tu le gustas mucho a Ximena, entonces cuando está cerca de ti se urge, y por eso que no habla mucho”. Lo que había delatado Javiera era tremendo, tan grande era para mi que no lo podía asimilar solo, así que reuní a mi hermano y un amigo y les conté todo, pidiendo un consejo al sínodo que conformábamos. No esperaba mucho de ellos, pero tan poco menos: “¡juégatela!”, y no hubo más palabras ni explicaciones.

Alrededor de la octava clase: Estamos en mi casa, el invierno nos acecha, y oscurece más temprano de lo que esperaba, la noche llegó oscura como siempre, pero más oscura. Entre circunferencias, ángulos, y ecuaciones veo una variable que no me cuadra, juégatela. Sigo con mi clase, y cuando faltan minutos para terminar le propongo a Ximena acompañarla hasta su casa dado que está algo oscuro. Ella, a pesar de que acostumbra caminar sola hasta su casa acepta la propuesta, así, un sweter y una bufanda me acompañan en mi aventura. La casa de Ximena queda como a 15 minutos caminando, así que decidimos aprovechar de conversar de otras cosas que no sean las matemáticas; "qué quieres estudiar..., qué haces en tus tiempos libres..., qué te han parecido las clases...", fue algo de la conversación irrelevante que llevábamos para escapar del silencio. Así fue como llegamos hasta la entrada de su casa, y seguimos conversando alrededor de 10 minutos, sin encontrar un segundo donde poder jugármela. De improviso, Ximena echa sus manos hacia atrás y las junta por detrás de la espalda, se aleja 1 metro de mi, y me dice “Gonzalo, tengo que decirte algo…”, “dime no más…” le digo tratando de relajarla, “es que no sé como decírtelo … mmm …” me dice nuevamente, pero ahora con la voz más baja, casi susurrando. “Pero que puede haber de malo, supongo que tenemos algo de confianza, dime lo que quieras” le digo seguro, “es que no me atrevo a decírtelo…”, fue en ese instante cuando en vez de pensar con alguno de los dos hemisferios del cerebro decido pensar con el que está debajo de los dos, y le digo raudo, jugándomela, “Mira Ximena, si quieres decirme que yo te gusto no es ningún problema, porque tú también me gustas, y mucho”. Silencio absoluto.

Sólo un poco de viento era el testigo de esa jugada, o por lo menos era lo que creía. Tres segundos eternos, se sonroja por completa, me mira espantada, y me dice “No, no era eso lo que quería decirte, sino que mis papás están esperando que entre a la casa, y no puedo seguir conversando contigo”, luego levanta su dedo índice para que yo lo siga con la vista, y allí fue como pude ver a los papás de Ximena, que estaban asomados al balcón, escuchando todo, y viendo esa cruel jugada del destino. “Oh, es verdad” … me compongo, los saludo, y me despido de Ximena, raudo, sin atisbo de beso ni nada, “te veo mañana, en clases…” le digo finalmente, mientras comienzo a caminar a mi casa, y a pensar que tengo 15 minutos para encontrar un hoyo sin fondo, y desaparecer de este planeta.

05 septiembre 2005

Opinión: Al Capone, la historia vuelve a repetirse en Chile.

Santiago de Chile, 2005.

No deja de sorprenderme la validez de la frase tan recurrente "La historia vuelve a repetirse", ya que si bien, las situaciones humanas, por su origen y esencia tienen una probabilidad bastante alta de volver a suceder, cuando esta frase se hace viva en tu país, frente a tu nariz, tiene otro impacto. A esta altura no sorprendo a nadie, siempre fui opositor a la dictadura de Pinochet, motivos sobran, y no es la idea hacer una catastro de éstos ya que faltarían líneas. Pero quiero declarar que siempre estuve convencido que era asesino, mafioso y ladrón.

Asesino; por todos los casos de DD.HH. habidos en nuestro país ligados a su régimen de muerte, porque sus palabras llenas de odio a los que pensaban distinto a él lo delataban, porque en sus discursos siempre habló que terminaría con los comunistas, socialistas, miristas, con los "señores politiqueros", y cuantos tuvieran deseos de volver a un régimen democrático.

Mafioso; porque en su gobierno de facto dejó "arreglados" a toda su parentela, amigos y amigotes, porque hizo de las empresas públicas negocios familiares, porque se reunía a menudo con sus matones para ver si habían cumplido sus órdenes al pie de la letra, y porque se enriqueció a costa de las armas y guerras ajenas.

Ladrón; porque se construyó mansiones a cuenta de todos los chilenos, porque se dejó automóviles y escoltas que pagamos todos, porque se "embolsó" parte de nuestro patrimonio (el Diario de Carrera, la espada de O'Higgins, y quizás cuantas otras joyas de nuestra historia), porque no paga sus impuestos y no declara sus ingresos como los chilenos bien habidos.

Revisando unos libros en estos días, encontré la historia de Al Capone, quizás el asesino, mafioso y ladrón más famoso, y me sorprendió cuanta similitud tiene con Pinochet; no sólo posee y hace suyo los tres adjetivos mencionados, sino que paradojalmente a Al Capone nunca pudieron probarle los asesinatos y fue a parar a la cárcel por evasión de impuestos, acuñando de pasada el concepto de "lavado de dinero" por sus lavanderías, y finalmente, luego de salir de la cárcel pasó sus últimos años enfermo en su mansión en Florida.

A esta altura, no espero ya que Pinochet sea condenado por asesino, tampoco por mafioso, y por ladrón tiene un séquito de abogados desvergonzados que lo van a defender hasta su muerte, pero al final del día, cuando la historia haya recogido muchas páginas, se habrá olvidado probablemente al mafioso de Chicago, y estará en nuestra memoria Augusto Pinochet, ocupando ahora con honores de sobra el sitial de Al Capone.

01 agosto 2005

Cuento: ¿Es niñito o niñita?


En el lugar y momento equivocado. Viña del Mar, 2001.
Me parece familiar el dicho “el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”, más aún cuando recuerdo que con diferencia de días me mandé sendos numeritos en lugares distintos con gente distinta.

Carlos llevaba pocos días trabajando en la oficina, y para dárselas de “amigo choro” nos invitó a un asado a su casa, de manera de conocernos mejor e integrarse rápidamente al grupo. Obviamente el comité etílico constituido por mi persona en calidad de secretario ejecutivo estuvo raudo a aceptar la invitación, y fue así como nos comprometimos a ir a su casa, puesta en un barrio bastante cuico a entender.

Recién habíamos llegado a la casa de Carlos; casona de tres pisos, con un patio con césped que se lo querría un estadio de fútbol, una piscina mediana, y una nana presta a recibir nuestras chaquetas y las botellas de vino que llevábamos. Nos recibe Carlos, y comienza el mastique, le damos al copete, un puchito, y vamos alternando esa trilogía satánica.

Estábamos en plena charla cuando aparece la esposa de Carlos con un pequeño en los brazos, de un año más o menos. Y como no podía faltar un cariñito para la familia que nos acogía, con el afán de quedar bien de entradita me acerco a la esposa de Carlos y le digo “Hola, soy Gerardo, compañero de Carlos”, y fatalmente agrego “ ¿... y quién es este machito recio que me mira con ojos de hombrote?” , dos segundos de silencio y la señora de Carlos replica casi en un grito “¡Viste Carlos que debíamos ponerle los aritos a la Constanza, ya la confundieron con hombre!”.

Cuando hay que retirarse a la trinchera, no queda otra, y soldado que arranca sirve para varias guerras, así que hice “Salud, si la cago me avisan”, y a soportar el chaparrón de mis compañeros, y la mirada de cuchillo de Carlos, que imaginaba (supongo) mi lengua en la mitad de la parrilla.

13 julio 2005

Opinión: Trazabilidad y TI, hacia la transparencia total.


Artículo publicado en El Mercurio de Valparaíso, Sección Economía. (13-Julio-2005)

En lo que llevamos del año, se ha hablado mucho acerca de la trazabilidad y de cómo este concepto afecta al proceso exportador chileno, en términos de que los productores deben ser capaces de demostrar la composición, proceso y traslado que ha afectado al producto alimenticio que exporta a Estados Unidos y/o Europa. Pues bien, la oferta disponible permite cubrir las necesidades de esta industria, pero qué pasa con la transparencia en otras actividades de nuestro país.

Por ejemplo, el caso de las licitaciones, sean de organismos públicos o privados, también son procesos aptos de ser “trazados”, ya que a partir de una adjudicación se podría establecer con claridad, rapidez y efectividad todos los pasos que sucedieron antes de dicha adjudicación, como la evaluación de la oferta económica, de la oferta técnica y de los antecedentes de la empresa, así como de la revisión de la boleta de garantía, las consultas y respuestas del proceso, las bases de licitación y el registro de participantes, hasta llegar finalmente a la publicación del llamado a concurso. ¿Pueden imaginarse a diputados accediendo a través de su notebook a un sistema de trazabilidad de licitaciones del Estado? Sí, es posible, la tecnología disponible permite hacer esto sin complicaciones.

Por otra parte, en el sistema judicial, cuando se establece un caso, se abren varias hebras de investigación, y cada una de éstas puede desencadenar otras investigaciones, diligencias y generar pruebas, atenuantes o coartadas para finalmente terminar en una sentencia. Para alguien que toma un expediente en la mitad de un caso no resultaría fácil enterarse de por qué y cómo se llegó a las instancias actuales de la causa. Sin embargo, si el caso judicial se encuentra “trazado” se podría informar de manera sencilla todos los pasos que se han realizado para llegar a tal o cual situación, pudiendo mostrar la secuencia, la agregación de pruebas (documentación) en distintas etapas del proceso.

Otro caso es la atención de reclamos en una institución privada. ¿Cuántas veces le han dicho que estampe un reclamo en el libro que existe para ello? Bueno, si se tiene la suerte de que el libro exista, al menos podrá desquitarse en sus hojas. No obstante, es muy probable que nunca más se sepa qué pasó con dicha situación. Ahora, imaginemos una organización moderna, en la que si se tiene un cliente con un reclamo, éste puede ingresarlo en el computador que existe a su disposición o bien a través de la página web. Más aún, este cliente puede hacer seguimiento del estado de su reclamo. Ante esto, no cabe duda que el nivel de satisfacción de dicho cliente será mayor al que sólo pudo escribir en un libro, pudiendo revisar la traza de su reclamo y ver efectivamente que la organización se ha hecho cargo de su solicitud. El SERNAC ha avanzado en estos términos, integrando incluso reclamos desde otras instituciones del Estado.

Finalmente, hay que poner énfasis que los sistemas de trazabilidad permiten en la actualidad mucho más que llevar un cúmulo de información y procesos; dan la posibilidad de exponer en forma transparente la manera en que se hacen las cosas, lo cual es tan válido para el proceso exportador hortofrutícola, los procesos de licitaciones, o cualquiera que tenga un inicio, un desarrollo y un fin. Por lo tanto, nuestra institucionalidad debe aspirar a ser transparente no sólo por las exigencias de las grandes potencias, sino que responder de la misma forma a la ciudadanía. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que todo esté trazado y transparente? Dependerá de la voluntad política de hacerlo, ya que la tecnología para esto ya está al alcance de la mano.

06 junio 2005

Cuento: Perdido entre palmeras.

La Habana Cuba, Marzo de 1997.
Aún tenía algo de sueño, había llegado hoy mismo a La Habana a las 6:30 hrs. y no había podido dormir nada en el avión, y menos en el hotel, donde el aire estaba acondicionado para alguien que viene del sol. Son cerca de las 18:00 hrs. y sé que me espera un viaje bastante largo, tengo que cruzar Cuba a lo largo para llegar a Bayamo por la mañana.

El día había sido hasta ahora bastante raro, bonita arquitectura, bonita gente, bonitos parajes, un clima despiadado con quien no soporta el calor, y sin embargo, hasta ahora todo resultaba bien. No obstante, el aire estaba enrarecido, más allá del olor a tabaco que se respira en el centro de La Habana, era una atmósfera del pasado.

Estoy dentro del terminal de microbuses de La Habana, bastante grande, bastante viejo, donde llegan unos microbuses que parecieran que salieron desde su destino hace 30 años atrás, y vienen recién llegando. No llevaba 12 horas en Cuba y ya tenía como amigo a un suizo que venía recorriendo Sudamérica, y había pasado por Chile. La conversación era casi formal, pero amable, muy "polite" como diría un gringo. Hablábamos de esto y aquello, su apreciación de los países sudamericanos que había visitado, de Pinochet (obvio), y de que no había escuchado el término “jaguar latinoamericano”, qué raro.

Parte el autobús, después de 1 hora de atraso, pero en fin, ya voy de viaje a la ciudad donde me recibirían. Un aro a la conversación, y me dispongo a observar a través de la ventanilla algunos aspectos de La Habana no vistos; disfruto de la vista del malecón, miro hacia el horizonte y trato de imaginar hacia que lado estará Chile, ha sabiendas de que detrás de ese horizonte está la flota norteamericana lista para invadir Cuba, según lo que cuenta la gente.

Han pasado ya un par de horas, anochece y el autobús, que ya es bastante incómodo en su estructura, se tiñe de gris en su interior; comienza a salir un olor muy fuerte, aromático en un comienzo, tóxico después de unos minutos, han comenzado a fumar habanos al interior del autobús, y yo sólo atino a buscar un cartel que diga “prohibido fumar”, el cual reina por su ausencia. Abro mi ventanilla, y no me queda más que resistir la mezcla de calor húmedo que entra por la ventanilla, un aire acondicionado que funciona mal, el sudor de horas de trabajo de mucha gente, y los habanos que ya noto son parte de los cubanos.

Comenzamos a hablar nuevamente de esto y aquellos con el suizo, y comentamos acerca de la suerte democrática de Sudamérica. No me di cuenta cuando llegamos al tema de las libertades en Cuba, y resulta que el suizo hablaba como si estuviera solo, a pesar de que gran parte de la gente que iba en el autobús nos miraba, él continuaba criticando al sistema cubano y a su gente, y yo mientras trataba de pensar alguna forma para que la gente no me asociara con lo que se escuchaba.

Así pasó un largo rato, hasta que de repente un sonido desconocido comenzó a escucharse, duró unos minutos hasta que el autobús se detuvo y el chofer se bajó, y luego de estar unos minutos con su cabeza en el motor subió nuevamente para comunicar que estábamos con una avería que retrasaría el viaje, ya que tenían que llamar a La Habana para que les enviaran el repuesto. Yo sacaba mis cálculos: que ubiquen a la persona encargada, ya que eran las 2:00 de la madrugada, saque el repuesto, y haga el mismo trayecto que habíamos hecho hasta ese entonces, tendrían que pasar varias horas. Mientras, la gente bajó del autobús, algunos conversaban, otros seguían fumando, otros no bajaron y siguieron durmiendo. Nadie alegó nada.

Al momento, el suizo entabló conversación con un italiano que venía en los asientos delanteros, y mientras yo, miraba el cielo estrellado, la sombra de unas palmeras, y la gente que me miraba recelosa, y yo no dejaba de preguntarme ¿Qué hacía solo en alguna parte de Cuba a las 2:00 de la madrugada? Así que saqué de mi mochila un habano, lo encendí, y me puse a conversar de esto y aquello con mi sombra, la única chilena que andaba por allí.

02 mayo 2005

Cuento: "Por favor enseñen Inglés en los colegios".


Chaitén, Chile. Febrero 96'.
Nos encontrábamos camino a Chaitén, prontos a comenzar nuestro recorrido, junto a mi hermano, de la carretera austral. Íbamos en un transbordador atestado de gente, quienes preferían el olor a camarín que había en la única sala de estar de la nave a soportar el viento frío que nos acompañaba en el viaje.

Durante el transcurso de la travesía conocimos a unas muchachas que venían de Viña del Mar también, acompañadas de un primo francés, y un amigo de él, belga. Con estos últimos nos comunicábamos más por muecas y risas que por nuestro nulo francés, ya apenas aceptaban la pronunciación del “oui”, y a pesar de que el belga hablaba perfectamente inglés, esta lengua tampoco nos acompañaba mucho en alguno de los lados de nuestro cerebro.

Cuando llegamos a Chaitén no alojamos en un aserradero que gentilmente nos prestó una familia muy numerosa, allí pasamos la noche protegidos de la lluvia que arreciaba a esa hora de la madrugada, y del frío que seguía acompañándonos como nuestra sombra. Al día siguiente, luego de un desayuno sureño – esos de leche y pan con mantequilla grasienta – nos pusimos por fin a caminar por la carretera. El grupo de muchachos decidió caminar mientras que mi hermano y yo optamos por alternativas más mundanas, y nos encaramamos en una micro local atestada de gringos con kayaks, que iban a practicar al Futaleufú.

Nos bajamos en Puerto Cárdenas, un cacerío con no más de seis casa distancias entre ellas, y comenzamos a caminar para buscar algún lugar donde hacer la carpa. Encontramos al borde del camino una casa abandonada, la cual estaba medio quemada, así que hicimos carpa dentro de ella, aunque suene extraño, ya que no conocíamos las especies que pudieran pulular por allí en la noche. Al rato de haber llegado con mi hermano, llegaron los muchachos del transbordador, así que les ofrecimos parte de nuestra humilde morada para que pasaran la noche nuevamente con nosotros.

Para animar la noche, después de unas sopas para combatir el frío, el francés con el belga nos ofrecieron unos cigarrillos de dudosa procedencia, por lo cual procedí a aceptar dicha gentileza con la diplomacia que me acostumbra. Un par de fumadas me permitieron apreciar que el producto era muy bueno, rápido efecto, y las risas comenzaron a llegar haciéndole el quite al frío, y a sonar más fuertes que los grillos. Como no sólo iba a ser una reunión diplomática, llegaron las competencias, y salieron al ruedo unos naipes, por lo que procedimos a jugar chiflota los seis risueños. Cartas volaban en cámara lenta, mientras otras se perdían en el destello que daba la vela que alumbraba la pieza de la cabaña desde el suelo. Así pasó un buen rato, de risas, tallas al francés y al belga, algunas en un inglés que se lo hubiese querido Tarzán para parecer más hombre mono. En un momento el belga saca otro cigarrillo risueño, y yo para no ser menos diplomático, quise cooperar con lumbre, por lo que procedí a sacar mi Zippo, y en una rápida maniobra lo enciendo y se lo acerco a su pito. Pega unas quemadas, y mientras inhala profundamente, hago mella de mi inglés y le digo “Do you look the fast reaction” haciendo énfasis en la acelerada encendida que le di a mi Zippo, pero para pesar mío, lo que realmente se escuchó, producto de un pito vorazmente volador, y de la mala pronunciación que he tenido siempre, fue “Do you look the fast erection”. Pasaron décimas de segundo cuando el belga se puso de pié, comenzó a decir “Oulalá ... Allé ... Oulalá”, y otros garabatos en francés. Cómo no entendíamos lo que decía el europeo, le pregunté a una de las niñas qué hablaba francés, y me explicó lo que entendió el belga, y me confirmó lo que yo realmente había dicho en inglés.

Las excusas fueron en español, traducidas por la niña que hablaba en francés. El belga asintió con la cabeza su aceptación. La chiflota se terminó. Las risas decayeron. El grupo se acostó a dormir. Mientras, yo miraba el cielo estrellado, y me preguntaba qué guerra hubiera provocado si fuese realmente un diplomático en un país extranjero, por hacer gala de mi Zippo, y mi maldita pronunciación.

04 abril 2005

Cuento: Las cualidades del Vino chileno.


Bayamo, Cuba. Abril del 97'.
Sólo sabía que era domingo y de mañana, y el sueño no lo podía contener. Mis ojos se caían al ritmo frenéticamente lento de una poesía que escuchaba a lo lejos. Al lado mío, estaba sentada en una silla Nati, con quien habíamos estado toda la noche juntos en mi habitación. Ella no tenía ojeras ni nada, sólo la cara de interesada en las letras que salían de la boca de la poetisa, en realidad, estaba interesada. Cómo lo hacía para no quedarse dormida era algo que pensaba mientras me balanceaba en mi silla para no caerme dormido al suelo.

El sol en mi cuello dibujaba el mediodía, habría unos treinta y cinco grados, con la humedad de una tina, y la sombra del pequeño follaje de un árbol no me alcanzaba de sombrero. Mientras, el desfile de poetas, poetizas, y similares era infinito, todos engalanados en sus mejores pilchas, como si se tratara de un matrimonio. Por fin, alguien dijo que debíamos celebrar a los poetas, y en ese momento me dispuse a desenfundar una de las botellas de cabernet sauvignon que había llevado a Cuba. Pensaba que las botellas que llevaba serían moneda dura, después me di cuenta que más valen los maquillajes, jabones, shampoo, y máquinas de afeitar desechables, que cuatro años de guarda en barricas de roble, pero ya no había mucho que hacer.

Me pidieron que presentara a mi acompañante el vino, así que me dispuse a entregar el currículum de dicho brebaje; hablé de localidades, mostos, taninos, guardas, sabores, aromas, colores, y cuando me di cuenta que nadie parecía entender ni apreciar mi botella de 3/4, jugué mi última carta, el precio. Este vino en Chile cuesta alrededor de los cuatro mil pesos la botella - unos nueve dólares de la época – y dado que en promedio cada uno de los asistentes a dicho evento ganaban al mes el equivalente a unos diez a doce dólares, no pudieron más que suponer las bondades de aquel vino que costaba tanto como un mes de trabajo. Había logrado por lo menos llamar la atención del público.

La botella pasaba de mano en mano; admiraban su etiqueta, el color del líquido, y su forma, yo lo único que pensaba era que se me había quedado el sacacorchos en la habitación. Un sacacorchos gritaban los poetas, ávidos de paladear un sorbo de tan cara expresión líquida. Finalmente, de una casa aledaña salió un abridor, digno de estar en un museo, pero que sirvió para lo que pretendíamos.

Se dispuso la gente en una fila con sus vasos para que fuera sirviendo, uno a uno les daba un par de gotas del ahora escaso vino, lo justo para un sorbo, lo justo para el recuerdo. Voy llegando a la última persona, una mujer literaria también, la cual estaba vestida con un traje blanco en una tela similar a la gasa, nada fino, algo viejo, pero que había sido alabado por todas las mujeres asistentes al encuentro. No sé si fue el sueño que había vuelto a mi repentinamente, no sé si fue el sol, o simplemente la torpeza que viaja con uno a distintos parajes, el que provocó que se me soltara la botella de las manos, y en el afán de agarrarla la agité tanto como para rociar de vino tinto una parte importante del vestido blanco de la escritora. Mientras se comienza a escuchar un "uuhhh" que atravesó el patio, comienzo a pensar en qué hago ... ¿qué mierda hago?!. Pasan segundos eternos, cuando ya domino los movimientos de la botella, comienzo a levantar mi cabeza, y encuentro la cara de una mulata bien morada, estaba realmente enojada, llena de furia, pero a la vez llena de pena, su vestido estaba ahora lleno de manchones rojo oscuro, y la verdad, es que no se veía nada de bien. Fue ahí cuando me acordé de una característica del vino chileno, la cual no estaba en mis recuerdos sino que en mi imaginación, pero tenía que salir de alguna forma de dicha situación bochornosa, y me dispuse a elevar la mejor de las poesías que se habían escuchado en esa mañana, como una proclama, “¡no se preocupen, el vino chileno NO MANCHA”, después de eso la cara de mi recordada escritora mejoró, y me preguntó al oído si era verdad, a lo que asentí con la cabeza, y agregué, “sólo lávela como lava cualquiera de sus prendas”.

Cuando estaba de vuelta en la residencia tenía claro que la poetisa cuando terminara de lavar, colgar y secar su vestido blanco, yo estaría a miles de kilómetros pensando si alguien en Chile podría agregar dicha cualidad a nuestro vino para hacerlo más competitivo.

11 marzo 2005

Opinión: TI y Trazabilidad, dupla clave para la Industria Exportadora Chilena.

Columna de opinión publicada en:
- Suplemento Especial para PYMES, Diario Las Últimas Noticias (Julio-2005).
- Revista Negocios Globales, Año 1, Nº1 (Mayo-2005)
- El Mercurio de Santiago, Sección Economía y Negocios (Marzo-2005)
- Diario La Nación (Marzo-2005)

Mucho se habla sobre trazabilidad en estos días, ya que el 1 de enero del 2005 entra en vigencia la normativa que exige a las empresas exportadoras chilenas tener un registro de trazabilidad de sus productos, en especial para aquellas que colocan sus productos en el mercado norteamericano y europeo. Para aquellos que no saben que es trazabilidad, en términos muy simples, es el registro de información que permite saber todos los procesos a los cuales ha sido sometido un producto exportable y los insumos y personas que han intervenido en ellos.

Es decir, si tomamos el caso de una partida de duraznos frescos que se venden en un supermercado en New York, a través de su registro de trazabilidad podríamos saber de que predio (cuartel) vienen los duraznos, cuando fue transportada y por quien al packing, como fueron procesados y envasados, cúando y por quien fueron transportados al barco, quien los trasladó hasta USA y en que fechas, quien los recibió allá, y finalmente quien los transportó internamente en dicho país. Este registro de información permite – en caso de una consulta sanitaria – responder acerca de todos los procesos que han estado ligados a la colocación de estos duraznos hasta la góndola de un supermercado en USA.

Ahora bien, aún cuando en la actualidad existen registros de producción y elaboración de productos exportables (en especial los hortofrutícolas y animales) sujetos a algunas normativas y buenas prácticas, los tiempos de respuesta que deberá cumplir nuestra industria exportadora no son factibles si estos registros se encuentran en papel o disgregados en planillas Excel, por lo que el buen uso de tecnología de la información se hace imprescindible para ello. Por lo tanto, el desafío de las empresas de TI de Chile es proveer a nuestra industria exportadora de plataformas que permitan, además de llevar el registro de trazabilidad, responder a los clientes de manera fidedigna y oportuna los datos relacionados a los productos exportables. En esto, Internet juega un papel preponderante, ya que la red global permite colocar a disposición de quienes deseen consultar – en cualquier momento y lugar – los datos y reportes necesarios para cumplir con las exigencias de los mercados norteamericano y europeo, con estándares de seguridad apropiados, de modo que la información esté siempre disponible sólo para aquellos habilitados para verla y/o consultarla.

Esto si bien ha sido visto como una carga impositiva (o proteccionismo) para países exportadores como el nuestro, que trae ligado un sinnúmero de dificultades como inversión, desarrollo tecnológico, capacitación, entre otras varias actividades, debe ser visto como una oportunidad más de fortalecer nuestras manufacturas y de mantener el reconocimiento de la comunidad internacional sobre la calidad de nuestros envíos.

Al final del día, cuando nuestra industria exportadora tenga su información de trazabilidad disponible para sus clientes en el mercado norteamericano y europeo, no sólo habrá cumplido una exigencia impuesta (de imponer, no de “impuestos”) por dichos mercados sino que habrá agregado más valor a sus productos, haciendo más competitiva aún a nuestra industria exportadora, motor del desarrollo de Chile, para todos los mercados que quedan por abordar.

01 febrero 2005

Cuento: De la mesa a la pieza, no sé como se atraviesa.

Calama, Chile. Julio del 95' (creo).

Llevábamos cuatro días en Calama en el famoso Simposium de Minería, que más parecía de medicina porque había un sinnúmero de doctores (PhD) de distintas partes del mundo. Escuchaba teorías, veía anotaciones en la pizarra, y sólo esperaba que alguien dijera “eso ha sido todo”, ya estaba bastante aburrido. Sin embargo, sabía que al final de este viaje tomaríamos un día para conocer las zonas atractivas de esos lares, iríamos a San Pedro de Atacama y al Valle de la Luna.

Termina el cuarto día de charlas, y se nos comunica que la cena de clausura sería esa noche, por lo cual los buses nos pasarían a buscar a los hoteles correspondientes a las 20:00 hrs. para llevarnos al Chilex Club, en los recintos de Chuquicamata. Yo, siempre dispuesto a una cena y a un trago gratis me dispuse junto a mi compañero de viaje a irnos, previo me había disfrazado de comensal y había colgado de mi cuello una linda corbata, que honraba mi terno de fiestas.

De la cena no es mucho lo que puedo decir, era algo bastante simple; entrada de palta con un relleno que no recuerdo, y luego la infaltable carne con papas doradas, un postre de helado, y café (por transformarse en el plato nacional). Habíamos acompañado la cena con muy poco vino, pero sí con bastante bebidas que era lo que más había, así que al terminar el café la gente por un impulso etílico, desde el hígado hacia la garganta, comenzó a pedir el bajativo, y luego de varias alternativas a viva voz se acordó por un proceso democrático impecable, rápido, y transparente, que el bajativo tenía que ser whisky. Así fue como comenzaron a llegar a las mesas varias botellas de tan noble escocés, las que al momento comenzaron a ponerse trasparentes.

Ya la cena había terminado, el whisky se había acabado, y los restos de los vasos se habían evaporado, por lo que se dio por terminada dicha cena, así nos dispusimos a abordar el bus que nos trasladaría hasta nuestro hotel, en Calama. La noche estaba helada, sin embargo al llegar al hotel, un rincón cálido nos llamó la atención junto a mi compañero, era un salón de pool muy lindo y elegante, así que nos miramos y nos hicimos esa pregunta cómplice de siempre, "¿una mesita…?"

Nos disponíamos a comenzar la mesa, cuando se acerca uno de los mozos y nos consulta si queríamos beber algo … pregunta fatal. Sí le contestamos, mi amigo pide una piscola, y yo, para contrarrestar con algo más internacional le pido un margarita, pero triple, ya que esperaba varias mesas por delante. Así fue como comenzamos a pegarle a las bolas, tacos certeros, bolas que arrancaban, buchacas que se regocijaban con su alimento, y en cada turno de más de un tiro un sorbo al vaso, para aplacar la sed. Así pasaron varias mesas, hasta que mi compañero no soportó más derrotas, se declaró con sueño y se fue a la habitación.

Era de película la imagen; yo estaba sin mi chaqueta, con la corbata algo abajo, golpeando las bolas directamente a las buchacas, y tomando de mi trago a ratos, mientras veía de reojo como me miraba la niña que estaba detrás del mostrador de recepción del hotel. Me debía estar viendo cual mito del oeste pensaba yo.

No pasó de un rato hasta que los golpes secos que daba a las bolas se transformaron en chasquidos, alaridos, y hasta ronquidos, ya que cuando no le daba de lleno a la bola, le pegaba a penas, o deslizaba mi taco por el paño de la mesa. Comencé a percatarme junto con esto que los mozos comenzaron a acercarse al salón donde jugaba, y creo que no era para hacerme barra o para mirar mi destreza.

No soporté la compañía, así que puse el taco sobre la mesa, firmándola a medio terminar, tomé mi última gota de margarita, ya que no había más en la copa, respiré hondo, y llamé al mozo. Una vez que éste llegó diligente a mi lado le digo con voz traposa “te voy decir algo pero no te riai, ok?”, a lo que el mozo muy compuesto me dice “dígame no más Señor, en que puedo servirlo?”, respiro hondo nuevamente, miro al suelo, trato de reponerme y le digo al mozo “¿puedes llevarme a mi pieza?”, en esos momentos el mozo mira hacia un lado y me pregunta discretamente “¿y cómo desea que lo lleve Señor?”, a lo que respondo raudo como si estuviera muy rápido de pensamiento “ándate tú delante de mí, yo pongo mi mano en tu hombro y te sigo así”, “muy bien Señor, cuando Usted diga”. ¡Qué recuerdo! me veo desfilando con mi mano en su hombro, los otros mozos me miraban como a una estrella del pool caída en desgracia, con cierta piedad, y aquella mujer hermosa que estaba en el recibidor, me miró, luego bajó la mirada, y así todo pude escuchar como su sonrisa se extendía hasta sus orejas y la abordaba una carcajada. ¡Qué recuerdo! ... ¡y qué borrachera!

 
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