01 febrero 2005

Cuento: De la mesa a la pieza, no sé como se atraviesa.

Calama, Chile. Julio del 95' (creo).

Llevábamos cuatro días en Calama en el famoso Simposium de Minería, que más parecía de medicina porque había un sinnúmero de doctores (PhD) de distintas partes del mundo. Escuchaba teorías, veía anotaciones en la pizarra, y sólo esperaba que alguien dijera “eso ha sido todo”, ya estaba bastante aburrido. Sin embargo, sabía que al final de este viaje tomaríamos un día para conocer las zonas atractivas de esos lares, iríamos a San Pedro de Atacama y al Valle de la Luna.

Termina el cuarto día de charlas, y se nos comunica que la cena de clausura sería esa noche, por lo cual los buses nos pasarían a buscar a los hoteles correspondientes a las 20:00 hrs. para llevarnos al Chilex Club, en los recintos de Chuquicamata. Yo, siempre dispuesto a una cena y a un trago gratis me dispuse junto a mi compañero de viaje a irnos, previo me había disfrazado de comensal y había colgado de mi cuello una linda corbata, que honraba mi terno de fiestas.

De la cena no es mucho lo que puedo decir, era algo bastante simple; entrada de palta con un relleno que no recuerdo, y luego la infaltable carne con papas doradas, un postre de helado, y café (por transformarse en el plato nacional). Habíamos acompañado la cena con muy poco vino, pero sí con bastante bebidas que era lo que más había, así que al terminar el café la gente por un impulso etílico, desde el hígado hacia la garganta, comenzó a pedir el bajativo, y luego de varias alternativas a viva voz se acordó por un proceso democrático impecable, rápido, y transparente, que el bajativo tenía que ser whisky. Así fue como comenzaron a llegar a las mesas varias botellas de tan noble escocés, las que al momento comenzaron a ponerse trasparentes.

Ya la cena había terminado, el whisky se había acabado, y los restos de los vasos se habían evaporado, por lo que se dio por terminada dicha cena, así nos dispusimos a abordar el bus que nos trasladaría hasta nuestro hotel, en Calama. La noche estaba helada, sin embargo al llegar al hotel, un rincón cálido nos llamó la atención junto a mi compañero, era un salón de pool muy lindo y elegante, así que nos miramos y nos hicimos esa pregunta cómplice de siempre, "¿una mesita…?"

Nos disponíamos a comenzar la mesa, cuando se acerca uno de los mozos y nos consulta si queríamos beber algo … pregunta fatal. Sí le contestamos, mi amigo pide una piscola, y yo, para contrarrestar con algo más internacional le pido un margarita, pero triple, ya que esperaba varias mesas por delante. Así fue como comenzamos a pegarle a las bolas, tacos certeros, bolas que arrancaban, buchacas que se regocijaban con su alimento, y en cada turno de más de un tiro un sorbo al vaso, para aplacar la sed. Así pasaron varias mesas, hasta que mi compañero no soportó más derrotas, se declaró con sueño y se fue a la habitación.

Era de película la imagen; yo estaba sin mi chaqueta, con la corbata algo abajo, golpeando las bolas directamente a las buchacas, y tomando de mi trago a ratos, mientras veía de reojo como me miraba la niña que estaba detrás del mostrador de recepción del hotel. Me debía estar viendo cual mito del oeste pensaba yo.

No pasó de un rato hasta que los golpes secos que daba a las bolas se transformaron en chasquidos, alaridos, y hasta ronquidos, ya que cuando no le daba de lleno a la bola, le pegaba a penas, o deslizaba mi taco por el paño de la mesa. Comencé a percatarme junto con esto que los mozos comenzaron a acercarse al salón donde jugaba, y creo que no era para hacerme barra o para mirar mi destreza.

No soporté la compañía, así que puse el taco sobre la mesa, firmándola a medio terminar, tomé mi última gota de margarita, ya que no había más en la copa, respiré hondo, y llamé al mozo. Una vez que éste llegó diligente a mi lado le digo con voz traposa “te voy decir algo pero no te riai, ok?”, a lo que el mozo muy compuesto me dice “dígame no más Señor, en que puedo servirlo?”, respiro hondo nuevamente, miro al suelo, trato de reponerme y le digo al mozo “¿puedes llevarme a mi pieza?”, en esos momentos el mozo mira hacia un lado y me pregunta discretamente “¿y cómo desea que lo lleve Señor?”, a lo que respondo raudo como si estuviera muy rápido de pensamiento “ándate tú delante de mí, yo pongo mi mano en tu hombro y te sigo así”, “muy bien Señor, cuando Usted diga”. ¡Qué recuerdo! me veo desfilando con mi mano en su hombro, los otros mozos me miraban como a una estrella del pool caída en desgracia, con cierta piedad, y aquella mujer hermosa que estaba en el recibidor, me miró, luego bajó la mirada, y así todo pude escuchar como su sonrisa se extendía hasta sus orejas y la abordaba una carcajada. ¡Qué recuerdo! ... ¡y qué borrachera!

 
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