
Bayamo, Cuba. Abril del 97'.
Sólo sabía que era domingo y de mañana, y el sueño no lo podía contener. Mis ojos se caían al ritmo frenéticamente lento de una poesía que escuchaba a lo lejos. Al lado mío, estaba sentada en una silla Nati, con quien habíamos estado toda la noche juntos en mi habitación. Ella no tenía ojeras ni nada, sólo la cara de interesada en las letras que salían de la boca de la poetisa, en realidad, estaba interesada. Cómo lo hacía para no quedarse dormida era algo que pensaba mientras me balanceaba en mi silla para no caerme dormido al suelo.
El sol en mi cuello dibujaba el mediodía, habría unos treinta y cinco grados, con la humedad de una tina, y la sombra del pequeño follaje de un árbol no me alcanzaba de sombrero. Mientras, el desfile de poetas, poetizas, y similares era infinito, todos engalanados en sus mejores pilchas, como si se tratara de un matrimonio. Por fin, alguien dijo que debíamos celebrar a los poetas, y en ese momento me dispuse a desenfundar una de las botellas de cabernet sauvignon que había llevado a Cuba. Pensaba que las botellas que llevaba serían moneda dura, después me di cuenta que más valen los maquillajes, jabones, shampoo, y máquinas de afeitar desechables, que cuatro años de guarda en barricas de roble, pero ya no había mucho que hacer.
Me pidieron que presentara a mi acompañante el vino, así que me dispuse a entregar el currículum de dicho brebaje; hablé de localidades, mostos, taninos, guardas, sabores, aromas, colores, y cuando me di cuenta que nadie parecía entender ni apreciar mi botella de 3/4, jugué mi última carta, el precio. Este vino en Chile cuesta alrededor de los cuatro mil pesos la botella - unos nueve dólares de la época – y dado que en promedio cada uno de los asistentes a dicho evento ganaban al mes el equivalente a unos diez a doce dólares, no pudieron más que suponer las bondades de aquel vino que costaba tanto como un mes de trabajo. Había logrado por lo menos llamar la atención del público.
La botella pasaba de mano en mano; admiraban su etiqueta, el color del líquido, y su forma, yo lo único que pensaba era que se me había quedado el sacacorchos en la habitación. Un sacacorchos gritaban los poetas, ávidos de paladear un sorbo de tan cara expresión líquida. Finalmente, de una casa aledaña salió un abridor, digno de estar en un museo, pero que sirvió para lo que pretendíamos.
Se dispuso la gente en una fila con sus vasos para que fuera sirviendo, uno a uno les daba un par de gotas del ahora escaso vino, lo justo para un sorbo, lo justo para el recuerdo. Voy llegando a la última persona, una mujer literaria también, la cual estaba vestida con un traje blanco en una tela similar a la gasa, nada fino, algo viejo, pero que había sido alabado por todas las mujeres asistentes al encuentro. No sé si fue el sueño que había vuelto a mi repentinamente, no sé si fue el sol, o simplemente la torpeza que viaja con uno a distintos parajes, el que provocó que se me soltara la botella de las manos, y en el afán de agarrarla la agité tanto como para rociar de vino tinto una parte importante del vestido blanco de la escritora. Mientras se comienza a escuchar un "uuhhh" que atravesó el patio, comienzo a pensar en qué hago ... ¿qué mierda hago?!. Pasan segundos eternos, cuando ya domino los movimientos de la botella, comienzo a levantar mi cabeza, y encuentro la cara de una mulata bien morada, estaba realmente enojada, llena de furia, pero a la vez llena de pena, su vestido estaba ahora lleno de manchones rojo oscuro, y la verdad, es que no se veía nada de bien. Fue ahí cuando me acordé de una característica del vino chileno, la cual no estaba en mis recuerdos sino que en mi imaginación, pero tenía que salir de alguna forma de dicha situación bochornosa, y me dispuse a elevar la mejor de las poesías que se habían escuchado en esa mañana, como una proclama, “¡no se preocupen, el vino chileno NO MANCHA”, después de eso la cara de mi recordada escritora mejoró, y me preguntó al oído si era verdad, a lo que asentí con la cabeza, y agregué, “sólo lávela como lava cualquiera de sus prendas”.
Cuando estaba de vuelta en la residencia tenía claro que la poetisa cuando terminara de lavar, colgar y secar su vestido blanco, yo estaría a miles de kilómetros pensando si alguien en Chile podría agregar dicha cualidad a nuestro vino para hacerlo más competitivo.