
Chaitén, Chile. Febrero 96'.
Nos encontrábamos camino a Chaitén, prontos a comenzar nuestro recorrido, junto a mi hermano, de la carretera austral. Íbamos en un transbordador atestado de gente, quienes preferían el olor a camarín que había en la única sala de estar de la nave a soportar el viento frío que nos acompañaba en el viaje.
Durante el transcurso de la travesía conocimos a unas muchachas que venían de Viña del Mar también, acompañadas de un primo francés, y un amigo de él, belga. Con estos últimos nos comunicábamos más por muecas y risas que por nuestro nulo francés, ya apenas aceptaban la pronunciación del “oui”, y a pesar de que el belga hablaba perfectamente inglés, esta lengua tampoco nos acompañaba mucho en alguno de los lados de nuestro cerebro.
Cuando llegamos a Chaitén no alojamos en un aserradero que gentilmente nos prestó una familia muy numerosa, allí pasamos la noche protegidos de la lluvia que arreciaba a esa hora de la madrugada, y del frío que seguía acompañándonos como nuestra sombra. Al día siguiente, luego de un desayuno sureño – esos de leche y pan con mantequilla grasienta – nos pusimos por fin a caminar por la carretera. El grupo de muchachos decidió caminar mientras que mi hermano y yo optamos por alternativas más mundanas, y nos encaramamos en una micro local atestada de gringos con kayaks, que iban a practicar al Futaleufú.
Nos bajamos en Puerto Cárdenas, un cacerío con no más de seis casa distancias entre ellas, y comenzamos a caminar para buscar algún lugar donde hacer la carpa. Encontramos al borde del camino una casa abandonada, la cual estaba medio quemada, así que hicimos carpa dentro de ella, aunque suene extraño, ya que no conocíamos las especies que pudieran pulular por allí en la noche. Al rato de haber llegado con mi hermano, llegaron los muchachos del transbordador, así que les ofrecimos parte de nuestra humilde morada para que pasaran la noche nuevamente con nosotros.
Para animar la noche, después de unas sopas para combatir el frío, el francés con el belga nos ofrecieron unos cigarrillos de dudosa procedencia, por lo cual procedí a aceptar dicha gentileza con la diplomacia que me acostumbra. Un par de fumadas me permitieron apreciar que el producto era muy bueno, rápido efecto, y las risas comenzaron a llegar haciéndole el quite al frío, y a sonar más fuertes que los grillos. Como no sólo iba a ser una reunión diplomática, llegaron las competencias, y salieron al ruedo unos naipes, por lo que procedimos a jugar chiflota los seis risueños. Cartas volaban en cámara lenta, mientras otras se perdían en el destello que daba la vela que alumbraba la pieza de la cabaña desde el suelo. Así pasó un buen rato, de risas, tallas al francés y al belga, algunas en un inglés que se lo hubiese querido Tarzán para parecer más hombre mono. En un momento el belga saca otro cigarrillo risueño, y yo para no ser menos diplomático, quise cooperar con lumbre, por lo que procedí a sacar mi Zippo, y en una rápida maniobra lo enciendo y se lo acerco a su pito. Pega unas quemadas, y mientras inhala profundamente, hago mella de mi inglés y le digo “Do you look the fast reaction” haciendo énfasis en la acelerada encendida que le di a mi Zippo, pero para pesar mío, lo que realmente se escuchó, producto de un pito vorazmente volador, y de la mala pronunciación que he tenido siempre, fue “Do you look the fast erection”. Pasaron décimas de segundo cuando el belga se puso de pié, comenzó a decir “Oulalá ... Allé ... Oulalá”, y otros garabatos en francés. Cómo no entendíamos lo que decía el europeo, le pregunté a una de las niñas qué hablaba francés, y me explicó lo que entendió el belga, y me confirmó lo que yo realmente había dicho en inglés.
Las excusas fueron en español, traducidas por la niña que hablaba en francés. El belga asintió con la cabeza su aceptación. La chiflota se terminó. Las risas decayeron. El grupo se acostó a dormir. Mientras, yo miraba el cielo estrellado, y me preguntaba qué guerra hubiera provocado si fuese realmente un diplomático en un país extranjero, por hacer gala de mi Zippo, y mi maldita pronunciación.