
Corrían los buenos tiempos, aquellos de la Universidad, donde mi única preocupación era estudiar, rendir, y hacer durar lo más posible la mesada que me daban. Por lo mismo, para tener algo más de dinero para el bolsillo, y los gastos de fin de año, es que me decidí a realizar clases particulares de matemáticas, para aquellas personas que estuviesen por dar la prueba de aptitud en ese año.
El destino estaba de mi parte, Javiera, la polola de mi hermano estaba ese año en 4to medio, y tenía una compañera que andaba buscando profesor particular de matemáticas, así que se ofreció de nexo y acordamos juntarnos en cerca del centro de Viña del Mar. Lo que debía atemorizarme era que nunca había hecho clases antes, y no había repasado materias tampoco, sin embargo el dolor de estómago que tenía era por el nerviosismo de no saber como sería dicha alumna. Y llegó el día y hora acordada, todos puntuales, estaba Javiera junto a su compañera; una niña de pelo liso con el color del trigo, unos ojos grandes de color verde pardo, tez muy blanca, y no pude ver más dado que no quería seguir moviendo mi cabeza en dirección al suelo, pero lo que venía se vislumbraba muy bien. Nos presentamos muy relajadamente: “hola, soy Gonzalo”, “hola, soy Ximena”, y acordamos de inmediato la forma de hacer las clases, dos veces por semana, en mi casa.
Primer día de clases: Llegó puntualmente a mi casa, comencé con una descripción de las materias que veríamos durante los próximos 3 meses, y bla-bla-bla … “¿quieres un vaso de jugo?” le pregunto, “No, gracias” me responde. Sería todo. Apenas me miraba, se veían apenas sus ojos detrás de su chasquilla, y sólo tenía reservados algunos monosílabos para mí; “no, sí, mmm, no sé, sí sé, lo he visto, mmm, mmm …”. Resumen de la clase: algo complicada por que no sé si irá a entender, nivel de la comunicación de 1 a 10, tendiendo a 1.
Llevo cinco o seis clases: El nivel de comunicación está bordeando ya el 2, descubro que esta chica me gusta, a pesar de que lo que veo normalmente en las clases son su frente cubierta por su chasquilla rubia, y los monosílabos aumentan no en cantidad sino que en frecuencia. Pero no está todo dicho, me propongo hacer algo, y es así como un día le pregunto a Javiera el porqué del comportamiento de Ximena, si yo sabía que Ximena integraba el grupo de teatro de su colegio, por lo tanto suponía que tenía una personalidad algo extrovertida, o por lo menos que no se amedrentaba con facilidad ante una situación nueva, y Javiera me dice lo que nunca debió haber dicho: “lo que pasa es que tu le gustas mucho a Ximena, entonces cuando está cerca de ti se urge, y por eso que no habla mucho”. Lo que había delatado Javiera era tremendo, tan grande era para mi que no lo podía asimilar solo, así que reuní a mi hermano y un amigo y les conté todo, pidiendo un consejo al sínodo que conformábamos. No esperaba mucho de ellos, pero tan poco menos: “¡juégatela!”, y no hubo más palabras ni explicaciones.
Alrededor de la octava clase: Estamos en mi casa, el invierno nos acecha, y oscurece más temprano de lo que esperaba, la noche llegó oscura como siempre, pero más oscura. Entre circunferencias, ángulos, y ecuaciones veo una variable que no me cuadra, juégatela. Sigo con mi clase, y cuando faltan minutos para terminar le propongo a Ximena acompañarla hasta su casa dado que está algo oscuro. Ella, a pesar de que acostumbra caminar sola hasta su casa acepta la propuesta, así, un sweter y una bufanda me acompañan en mi aventura. La casa de Ximena queda como a 15 minutos caminando, así que decidimos aprovechar de conversar de otras cosas que no sean las matemáticas; "qué quieres estudiar..., qué haces en tus tiempos libres..., qué te han parecido las clases...", fue algo de la conversación irrelevante que llevábamos para escapar del silencio. Así fue como llegamos hasta la entrada de su casa, y seguimos conversando alrededor de 10 minutos, sin encontrar un segundo donde poder jugármela. De improviso, Ximena echa sus manos hacia atrás y las junta por detrás de la espalda, se aleja 1 metro de mi, y me dice “Gonzalo, tengo que decirte algo…”, “dime no más…” le digo tratando de relajarla, “es que no sé como decírtelo … mmm …” me dice nuevamente, pero ahora con la voz más baja, casi susurrando. “Pero que puede haber de malo, supongo que tenemos algo de confianza, dime lo que quieras” le digo seguro, “es que no me atrevo a decírtelo…”, fue en ese instante cuando en vez de pensar con alguno de los dos hemisferios del cerebro decido pensar con el que está debajo de los dos, y le digo raudo, jugándomela, “Mira Ximena, si quieres decirme que yo te gusto no es ningún problema, porque tú también me gustas, y mucho”. Silencio absoluto.
Sólo un poco de viento era el testigo de esa jugada, o por lo menos era lo que creía. Tres segundos eternos, se sonroja por completa, me mira espantada, y me dice “No, no era eso lo que quería decirte, sino que mis papás están esperando que entre a la casa, y no puedo seguir conversando contigo”, luego levanta su dedo índice para que yo lo siga con la vista, y allí fue como pude ver a los papás de Ximena, que estaban asomados al balcón, escuchando todo, y viendo esa cruel jugada del destino. “Oh, es verdad” … me compongo, los saludo, y me despido de Ximena, raudo, sin atisbo de beso ni nada, “te veo mañana, en clases…” le digo finalmente, mientras comienzo a caminar a mi casa, y a pensar que tengo 15 minutos para encontrar un hoyo sin fondo, y desaparecer de este planeta.