23 noviembre 2005

Cuento: El final del camino.

La noche que murió mi Tía Toty, ya ni recuerdo cuando.
Conducía muy rápido, tanto como podía, y no superaba los 60 Kms/Hr. dado el taco que había en cada calle principal que tomaba; tercera, segunda, primera, segunda, primera, segunda, tercera … había inventado un nuevo modo de ejercitar el brazo. Toda esta tontera pasaba por mi cabeza para no tener que pensar en hablar con mi acompañante, no es que no quisiera hablarle realmente, simplemente no se me ocurría que decirle.

Llevábamos unos 15 minutos en el coche, y el silencio sólo se rompía por algún bocinazo frenético, alguna frenada de último segundo, o por mi radio que a ratos sintonizaba alguna canción, finalmente la apagué ya que el silencio al interior del auto no me dejaba escucharla.

A ratos lo veía de reojo, llevaba la mirada perdida, sus ojos brillaban, y a ratos, el sonido de su nariz lo delataba en su llanto. Yo no sabía aún que le quedaba más por llorar, como tampoco él imaginaba que le quedaba aún más por sufrir. Y así íbamos por la carretera, sentados uno al lado del otro, pero separados por 50 años de historia, por pensamientos muy distintos, y a la vez unidos por la misma pena.

Jamás imaginé que tendría que hablar con él, menos de ciertas cosas que nunca se hablan, o por lo menos piensas que nunca las vas a hablar, sólo las escuchas por otras bocas, y que han llegado a otros oídos. Me veía en el auto, conduciendo como un día más, un día distinto por el hecho de ir con él, pero de ahí nada más especial, sin embargo sabía que ese día era muy especial, que habíamos construido otro vínculo, sin embargo, el puente entre nosotros estaba a punto de derrumbarse. Miraba hacia atrás por el espejo, y veía la cantidad de autos que había adelantado, y calculaba la cantidad de veces que me vi en situaciones similares, dando explicaciones donde no las hay, divagando acerca de si algún día seré un político aclamado por la gente, dándome volteretas sobre mis sueños, tratando de no hablar nada.

"¿Dónde estamos?" Me pregunta con melancolía, “es un atajo que conozco, para evitar el taco” le respondo, y así, mirando el reloj del coche calculaba que llevábamos alrededor de 40 minutos evitando la congestión de verano. No sé si habrá una fila de autos más larga en este país que la que se forma entre Quintero y Viña del Mar, los domingos por la tarde, en verano. Giro a la derecha, giro a la izquierda, freno, doblo, acelero, pensaba en si acaso sería un buen conductor de autos de rally, y divagaba en cosas así a ratos, y no hablaba nada con él.

A medida que nos acercamos a donde íbamos ya no siento ganas de seguir acelerando, no tengo deseos de llegar, disminuyo un poco la velocidad, enciendo la radio, y ahora escucho algo, pero no la canción apropiada, giro a la izquierda, acelero, giro a la derecha, acelero, freno, doblo a la izquierda, y allí estoy, con el auto a punto de detenerse, y a segundos de tener que decir algo, algo que lo despierte de sus sueños; “llegamos, espere, lo ayudo a bajarse del auto”, no se me ocurrió más que eso, "gracias” escucho a lo lejos, de una voz que se va ahogando, apagando, yendo.


Caminamos, lo sujeto del brazo, seguimos caminando, lo abrazo, le abro la puerta de la clínica, nos miran, y no vemos a nadie , recorremos un pasillo tétrico, ahora más frío, hasta que llegamos a la habitación Nº8, abro la puerta, y le digo “ahí está mi tía ¿desea estar solo tío con ella?”, alcanzo a escuchar un "no se preocupen”, y luego veo como se va al lado de la cama, toma la cara de ella, y la besa, la abraza, le echa su pelo para atrás, llora, y no deja de llorar; allí estaba su mujer, la que lo acompañó por casi cincuenta años, y ahora ya no estaría más. Allí estábamos, una enfermera, mi mujer, y yo contemplando la frialdad de la soledad que sentía mi tío, y el aún tibio cuerpo de mi tía, inerte, ciego de vida.


Cuando lo fui a dejar, íbamos ambos en el coche, y nos preguntábamos por qué, y nos respondíamos lo que podíamos, lo que se nos ocurría, lo que debíamos. Primera, segunda, tercera… cuarta, el taco ha pasado, es domingo entrada la noche, y vamos uno al lado del otro, juntos, como nunca en la vida lo habíamos estado, contemplando la oscuridad, al rato me dice “¿Dónde estamos”, “en Sausalito, por aquí sale más rápido el viaje” le respondo, y comienzo a pensar si algún día hubiera sido un buen piloto de rally .. y continuamos el viaje.

 
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