
Maitencillo, algún día de diciembre/1990.
Era final de año en la Universidad, por lo tanto, tenía doble connotación para nosotros, ya que era el último mes de clases y se venían las vacaciones, pero a la vez era el mes más angustiante ya que sabríamos si habíamos aprobado los ramos suficientes como para pasar un verano tranquilo.
En nuestra promoción ya era un rito hacer un paseo a fin de año: habíamos estado en la Posa del Coipo (Olmué), Aguas Blancas (Maitencillo) y este año nos repetiríamos el plato en este último lugar, ya que cumplía con varios atributos como tener playa, ser un lugar poco frecuentando (privacidad), y podíamos llegar en bus. Es así como nos las emplumamos hasta Maitencillo, éramos una docena al menos para pasarla bien.
El día transcurrió tranquilo, nadar, cazar pulgas de mar, jugar paletas, tomar sol, y beber, beber, comer algo, y seguir bebiendo. Entrada la tarde algunas compañeras inteligentemente abandonaron el campamento y se tomaron un bus de regreso a Valparaíso. Quedamos unos 8 compañeros y sólo 2 mujeres. De los 8 compañeros éramos los mismos que habíamos estado en otras aventuras, y de las mujeres Karla estaba porque iba siempre con nosotros a todos los carretes (a pesar de no ser de nuestra promoción), y estaba Tamara, quien era una niña muy tranquila (quizás demasiado), hablaba poco y nada en clases, y a la vez era poco agraciada, característica que quizás llevó como peso durante su período universitario, ya que nadie bailaba con ella en las fiestas, menos pensar pololear o hacer algo similar con ella.
Y llega la noche. Estamos fuera de la carpa jugando al típico "un limón, medio limón, tres limones" el cual permite que quien se equivoque pueda beber sin sentimiento de culpa. Estábamos de lo mejor, obviamente todos ya nos habíamos equivocado al menos una vez para alcanzar a tomar algo, comenzamos a cagarnos de la risa, y a equivocarnos más a menudo obviamente.
En un momento Jano - fiel proveedor de elementos para la mente - saca su primer pito (porro, cigarrillo de marihuana) y como es su costumbre lo ofrece para quien quiera. Comenzamos a fumar este folclórico producto nacional, cuando noto que Tamara tiene cara de incómoda, tal vez asustada, y le comenta en voz baja a Karla "Karla, están fumando marihuana, nos van a violar", como estaba al lado mío, la escucho, la miro de frente, y le digo "nunca tanta cuea".
Unos copetes más, cigarrillos y otro pito, y luego a la carpa; unas tallas, codazos, rodillazos, y ya estamos alineados para dormir. No alcanzo a meditar mucho por mi media borrachera, sin embargo, lo único que me tenía con duda era si la exclamación de Tamara fue de miedo o de deseo.