Cuando una persona ha pasado su estado límite de conciencia producto del alcohol se le despiertan los demonios o los ángeles, y termina siendo alguno de los característicos curados de nuestra fauna nacional: el odioso, el meloso, el retraído, el cantante, el momia, el danzarín, el tímido, el aguja, en fin, todas aquellas personalidades que hemos visto en fiestas, fondas, y reuniones varias.
Yo debo reconocer que mis ángeles y demonios salen con tanto sueño que lo único que puedo pensar cuando el alcohol ha sido demasiado es en dormir. Y no importa donde ni en que momento, simplemente cuando me baja el sueño es un palo que me dan en la cabeza, duro 1 minuto donde alcanzo a determinar qué será el lecho, y buenas noches los pastores. He aquí tres ejemplos:
Estábamos en Aguas Blancas, cerca de Maitencillo, y la fiesta se había convertido en un rito tribal, con compañeros saltando sobre la fogata, pasándonos la botella de uno a otro, y una vez que se “me iba a apagar la luz” alcancé a tirarme en la arena y taparme con una frazada. No sé con certeza si pasé frío durmiendo en la playa, sólo sé que al despertar la espalda la tenía molida. Supuestamente la arena se acomoda al cuerpo, sin embargo, aquí las costillas se adaptaron a cada montículo de arena. No recomendable.
En otra oportunidad me encontraba en una fiesta en el departamento de una compañera, y al igual que la vez de la playa, sabía que me encontraba en los últimos 60 segundos de lucidez, o seguía bebiendo o me ponía a dormir en forma inmediata. Las piezas ya estaban ocupadas, otros dormían en el suelo del living, así que agarré unas frazadas y me dispuse a dormir en la tina de baño. Cabe considerar que la tina era antigua, no estas nuevas de 1 mt., así que alcancé a estirarme lo suficiente como para parecer que estaba en mi cama. Al final, bastante más duro que la arena, pero no menos cómodo, algo húmedo y sombrío. Podría recomendarse en caso de urgencia.
Finalmente, en otra fiesta, simplemente no alcancé a definir mi lugar de sueños, mi ángel de la guarda se encontraba ebrio, y al demonio que llevo dentro se le ocurrió que me dieran deseos de ir al baño a la hora menos propicia, cerca de las 2 de la mañana (¿quién se sienta al WC a esa hora?). No tenía opción, me dispuse a sentarme, busqué una revista para ojear y no había nada para leer, así que acomodé mis codos sobre mis piernas y mi cabeza sobre mis manos a esperar terminar… a esperar... a...
Compañero: “¿Goga, estás bien?”
Yo: “mmm, sí, estoy bien, gracias”
Compañero: “ok, ya es temprano”
Yo: (en voz baja) “¿Cuánto tiempo pasó?”
Al mirar el reloj no lo podía creer, había pasado cerca de 5 horas sentado en el WC. Obviamente tenía aún las piernas dormidas, un dolor de espalda y cuello increíble, y para que decir de las nalgas, las tenía incrustadas en el agujero del WC. No podía despegarme del asiento, el dolor era “redondo”, pero hice el esfuerzo necesario hasta que pude desligarme de ese picarón de palo. Definitivamente ir al WC es un placer cuando uno llega con un apuro estomacal, también cuando se está unos 15 minutos sentado y leyendo el diario, pero es un hecho que dormir 5 horas allí no se lo recomiendo a nadie, como para decir “La cagué, me quedé dormido donde no debía”.