18 septiembre 2008

Cuento: La cumbre ejecutiva fue muy volada.


Santiago, algún día de diciembre, con mucho calor.
Nos fuimos los cuatro a almorzar algo distinto a lo que comíamos cada día, creo que había motivos para celebrar, al menos para tomar una cerveza, así que nos fuimos a una parrillada en Bilbao. El viaje fue corto pero tedioso, los tacos ya asomaban nuevamente por las calles de Santiago. El almuerzo fue regado – como siempre lo era entre los cuatro – con parrillada de por medio y con todos los líquidos en fila india; aperitivo, cerveza, bebida, vino tinto, y bajativo. La conversación fue sencilla, algunos brindis por esto y esto otro, alguna alegoría, y no recuerdo quién preguntó ¿alguien tiene que hacer algo importante esta tarde? Nos miramos, nos reímos, miramos nuestras agendas, hicimos algunos llamados, y listo, los cuatro estábamos en condiciones de realizar una reunión de trabajo grupal lejos de la oficina, como si fuera un retiro espiritual, pero en la piscina de la casa del guatón.

Una vez que salimos del local, nos fuimos separados en dos autos, y yo decidí irme con el gringo sin pensar que mi suerte – o la mala – estaría marcada por dicha elección. Me subo a su vehículo y al momento que tomamos rumbo a la casa del guatón me indica que le pase mi encendedor para encender un cigarrillo, al momento que se lo paso me indica que prefiere no distraerse, así que me lo pasa para que se lo encienda. Al mirarlo en mi mano me doy cuenta que no era un cigarrillo sino que un pito (un porro, o cigarro de marihuana), del tamaño de un cigarro sin filtro. Como lo cortés no quita lo valiente le puse fuego al porro y comencé a darle unas aspiradas para prenderlo, pero la porquería no quería encender bien, así que le di varias aspiradas profundas para que pudiera prender. Finalmente, se lo paso al gringo para que fume también, así que colocamos la música fuerte y le pego durante unos minutos unas fumadas más, pensando que dicha porquería chica podía hacerme poco o nada dado su tamaño, y que estaba recién almorzado…tamaño error de apreciación.

A los cinco minutos de haber terminado de fumar, bajamos las ventanillas para que entre viento fresco. Yo iba sentado en el asiento del acompañante, sin embargo, sentía como si fuera por el otro lado de la puerta (por fuera), con el viento en mi cara, con el pelo que se iba cayendo producto del viento, y me lo volvía a encontrar flotando en la esquina siguiente. Así durante segundos eternos, o minutos, no sé en realidad. La boca se me puso como un desierto, seca en extremo, busco un caramelo pero es como chupar una piedra a esa altura.

Cuando llegamos a la casa del gringo no podía dejar de mirar todo a mi alrededor: me voy a su jardín, y lo único que aprecio es el orden que tienen sus plantas, su distribución uniforme, y trato de medir al ojo cuánto hay de separación entre ellas, entre cada una de ellas. Vuelvo al inicio del jardín con la mirada y comienzo a contarlas, vuelvo al inicio y vuelvo a medirlas, vuelvo al inicio para clasificarlas por colores, vuelvo al inicio y ya no sé para qué así que comienzo a contarlas nuevamente. El gringo cuando me ve se larga a reír, me dice que parezco marciano por la cara de pegado, y me indica el baño para que me moje la cara. Le hago caso, entro al baño, me mojo la cara una y otra vez, y comienzo a tomar agua, bebo y bebo hasta no poder más. Me seco la cara y el pelo con una toalla, pero no me siento bien, así que me mojo nuevamente la cara y cabeza.

Una vez que llegamos por fin a la casa del guatón los efectos del pito aún me tenían con pérdida de cuadros visuales, sin embargo, al menos se me había pasado la sequedad de la boca. Sin embargo, no podía dejar de reírme con las expresiones del resto de mis amigos: el gringo sólo atinaba a gritar eufórico, no hablaba, todo lo expresaba a gritos y moviendo las manos para arriba y abajo, no para de caminar y moverse; el guatón estaba esperándonos con unos vasos de ron y coca cola llenos de hielo, con una sonrisa bonachona y cómplice, me indica que él con el Canela se habían fumado su pito también; el Canela está cagado de la risa, y sólo atina a indicarnos con un grito “¡Señores, se inaugura la temporada de piscinas!”, procede a sacarse la ropa, queda en calzoncillos, toma vuelo, se eleva y se arroja haciendo una bombita en la piscina del guatón. Fue como un acto sinérgico, ya que al instante todos comenzamos a sacarnos la ropa, quedamos en ropa interior y nos tiramos a la piscina de las maneras más ridículas que se pueda imaginar.

Después de un minuto en el agua el calor ya no era tema, el agua estaba con sombra y muy fresca, y los tragos estaban al borde de la piscina. Los cuadros visuales ya eran continuos, y no tenía seca la boca. El chapuzón había hecho los efectos de antídoto que me había comentado el gringo en el auto. Allí estábamos, cuatro profesionales en plena jornada de reflexión profunda, una cumbre ejecutiva como la llamamos, pensando no en la economía ni en el sistema financiero, ni en las metas ni los factores de cálculo, sino que simplemente cuándo sería nuestro próximo almuerzo, con bajativo, pito y piscina, así de simple.

 
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