31 diciembre 2008

Opinión: El Gran Traficante de la Fe.

Quienes me conocen de hace un tiempo saben que no comulgo con ninguna religión, en especial la católica que es la que más conozco por temas de cercanía. Sin ánimo de explicar en profundidad mi posición (la cual es libre y soberana, no tengo porqué explicarla), son tantas las incongruencias que hay entre el discurso del evangelio con las acciones de los sacerdotes (en especial la clase ejecutiva de la curia), que uno se confunde en quien creer. Veamos a quien creerle.

Por una parte, la Biblia no es más que una colección de cuentos de ciencia ficción, algunos bien entretenidos, con enseñanzas de por medio, pero fábulas y narraciones sin ningún valor histórico al fin y al cabo, y con algunos pasajes incluso bien idiotas (Léase la creación del universo, el paraíso y la creación del hombre con la mujer, la inundación del mundo con Noé como protagonista, etc.).

Por otra parte, los “narradores oficiales” (entiéndase obispos, cardenales y superiores a éstos) que invitan a seguir la senda de los protagonistas de estos cuentos fantasiosos carecen de algunas características básicas que construyan o sustenten su credibilidad; andan en sendos vehículos, viven en casas en barrios acomodados, tienen mozos o nanas a tiempo completo, usan trajes costosos, cargan anillos de oro, y cargan grandes cruces de plata en el pecho. Si fuese una adivinanza uno podría pensar que describo a un traficante de drogas, sin embargo, algunos se escapan a la norma y son seres viles que trafican la fe, el perdón y el castigo, como bienes que sólo puede ser administrados por sus manos cardenalicias.

Paso a continuación a ejemplificar a quien se ha ganado el título del Gran Traficante de la Fe, Gran confidente y perdonador de Asesinos, perseguidor e inquisidor de quienes realmente profesan la fe y siguen el ejemplo de Jesús (¿será esto por envidia o porque lo hacen ver demasiado mal?), y finalmente, el cuerpo que encarna la vergüenza de Cristo: bienvenido Cardenal Jorge Medina.

Este ser, que para algunos es el real orgullo de la Iglesia chilena, tiene a su haber varios numeritos que hacen palidecer su traje de cardenal, y sólo terminan retratándolo como lo que es, un simple viejo pechoño, especializado en descalificar desde su tribuna, condenar con pompa, y ampararse al lado de asesinos y ladrones (dime con quien andas y te diré quien eres).

Fue silenciosamente (como suelen ser los cobardes y las serpientes) un enemigo enconado de la Vicaría de la Solidaridad, tanto así que para aceptar su nominación como Arzobispo de Santiago puso como condición el cierre de la agrupación, la cual era dirigida por sacerdotes ligados a la Teología de la Liberación, es decir, enemigos de la Iglesia desde el punto de vista de Medina.

Por otra parte, ha perseguido al Jesuita Felipe Berríos, cabeza de la campaña Un Techo para Chile, quien tuvo la mala fortuna de emitir una opinión personal respecto a Medina (dijo “le hace daño a la Iglesia Católica”). Medina ha solicitado oficialmente a la dirección mundial de los Jesuitas que condene la insolencia de Berríos hacia un purpurado, y se refiere a Berríos por su nombre evitando mencionar que se trata de un sacerdote.

Por último, fue el gran defensor de Pinochet dentro de la curia, llegando a defender la institucionalidad del tirano en tiempos de la Junta de Gobierno, seguramente entusiasmado por que dicho gobierno podría hacer desaparecer a sus enemigos más acérrimos, los comunistas. En tiempos más actuales ha celebrado misas privadas para la familia Pinochet recordándolo como si fuera un prócer caído en alguna lucha heroica, sin atisbo de mencionar alguno de los pecados que encarnó el tirano (al menos tiene dos pecados escritos en las tablas: no matarás y no robarás, y ambas las hizo de manera magnánima).
 
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