28 octubre 2007

Cuento: Tú auto lo amas o lo odias: tres cuentos de amor y odio con el mismo móvil (cuento 2 de 3).


La maldición de Tu Tan Robando. Cuatro robos seguidos ¿Cómo tanta mala suerte?

El auto había probado ser mecánicamente bueno, y no sólo para las manos y pies del huaso bruto que me llo vendió, sino que para este neófito del automovilismo urbano, quien por primera vez tenía su movilización propia. Viajé al sur, incluso hasta los inicios de la carretera austral, al norte hasta Pichidangui, y los trayectos entre Los Andes y Viña del Mar eran periódicos, al menos 2 veces por semana.

El “bluebird”, o el “Nipón” como le decíamos de cariño nos llevaba en su espacio y ruido a fiestas, camping, playa, campo, al trabajo, a la casa, etc., etc. En uno de estos trayectos fue que se manifestó la maldición por primera vez; era 1 de enero del 95’, y fuimos a saludar a la polola de mi hermano, dejamos el auto fuera del pasaje, en pleno 5 Oriente en Viña del Mar, ya que estaríamos sólo unos minutos allí. Al salir después de 2 horas me pareció raro no ver el auto, pensé incluso que lo había estacionado más lejos que donde se supone que estaba. Si no fuera por mi hermano que con su exclamación “¡nos robaron el auto weón!” (primer robo) me hizo recién asimilar la realidad que estábamos a pie nuevamente, y que el paradero del Nipón era absolutamente desconocida. Sólo había quedado el alambre con el cual abrieron la puerta del auto, nada más.

Nos fuimos caminando hasta la comisaría a poner la denuncia, hicimos el papeleo de rutina, y ahora sólo a esperar que apareciera. No tenía seguro para el auto, sólo tenía cariño por el. Después de cinco días andando en micro, un llamado de los carabineros a la casa nos alertó que había novedades, sí, era por fin, me informaban que el Nipón había aparecido, que estaba en buenas condiciones, pero que tendría que ir al juzgado y luego podría retirarlo del patio de vehículos encargados. El sargento que me hace entrega del Nipón me recomienda que le saque un seguro, ya que había tenido demasiada suerte, el auto lo carretearon 5 días, y no lo habían desmantelado ni chocado, es decir, la había sacado demasiado barata.

Sólo habían pasado 4 meses desde ese desdichado evento, y el Nipón nos había llevado hasta una fiesta en el cerro Polanco, a unas pocas cuadras de la iglesia de San Francisco, a cuadras de la comisaría del sector. Mi auto quedó entre dos autos de amigos, los cuales eran bastantes más modernos que el mío, y contaban con alarmas, el mío sólo contaba con un seguro contra robo que no se veía a simple vista. Esa noche de fines de abril era lluviosa y fría, y cuando salimos de la casa de Christian no fue menor mi sorpresa cuando vi entre los autos de mis amigos un espacio similar al tamaño del Nipón; ¡me habían robado nuevamente el auto! (segundo robo).

Ahora estaba preparado, tenía el seguro contra robo, y sólo debía esperar que el auto no apareciera más, así me pagarían el valor de ese tarro y podría comprar otro más decente (y más seguro). Llamo por teléfono a carabineros para hacer la denuncia, y cuando me preguntan por la patente me piden que la repita, la repito, y al instante me informan que el auto lo habían encontrado (se esfumó mi posibilidad de hacer dinero fácil). No conforme con eso me preguntan si tengo a algún amigo con grúa (¿?), ya que el auto lo dejaron botado en la ladera de un cerro y se estaba desbarrancando sobre una casa. ¡Noooo! Me insiste si acaso tengo con quien conseguirme una grúa, y le reitero que no conozco a nadie con grúa. Quiero ir a ver ahora mi auto, pero el carabinero me indica que está en un lugar muy peligroso, cerca del Chalet Picante, cerca de Plaza Echaurren, en pleno barrio puerto hacia los cerros. Sólo me recomienda que lo pase a ver al día siguiente, con luz día, que habría un carabinero de punto fijo así que no me hiciera problema, pero que llegara temprano.

Al día siguiente (domingo) me levanté de madrugada, me eché $7.000 pesos al bolsillo en efectivo, y me fui sólo con mi carné de identidad. La micro me deja en Av. Argentina y allí tomo un taxi hasta el Chalet Picante. Me espera efectivamente en un desplayo de tierra un carabinero que me es cara familiar, me cuenta los hechos, y me indica que me tengo que arreglar con el tipo de la grúa (aquí viene el tercer robo). Saludo al tipo de la grúa, y se da el siguiente diálogo:

Yo: “Buenos días.”
Tipo de la grúa: “Buenos días ¿es suyo el auto?”
Yo: “Sí, es mío.”
Tipo de la grúa: “Chiss, ¿vio donde se podía caer?. Le salvé el auto.”
Yo: “Mmm, que bueno. Me dice el carabinero que me tengo que arreglar con Usted.”
Tipo de la grúa: “Si pos. Si estoy desde las 3 de la mañana salvándole el auto, mire como estoy de mojado.”
Yo: “¿Y a Usted quien lo llamó?”
Tipo de la grúa: “Cuando hay este tipo de procedimientos me llama carabineros.”
Yo: “Ya. ¿Y cuánto me va a salir la gracia?”
Tipo de la grúa: “Bueno, saque la cuenta. Estoy mojándome desde las 3 de la mañana y le salvé el auto, porque el auto es suyo ¿no es cierto?”
Yo: “Sí, claro que el auto es mío, pero como yo no lo llamé quiero saber cuánto me va a cobrar.”
Tipo de la grúa: “Súbase a la grúa no más, si igual hay que remolcar el auto hasta el patio de vehículos. Una vez que se arregle conmigo yo le doy un papel que lo autoriza a retirar el auto.”

Me acerco nuevamente al carabinero para consultarle cual es el procedimiento y me indica que una vez que me arregle con el dueño de la grúa puedo pasar al patio para retirar el auto. Me despido y se da el siguiente diálogo:

Carabinero: “Me es cara conocida usted.”
Yo: “Puede ser, a mi me robaron este auto el 1 de enero, y creo que me atendió Usted cuando lo encontraron.”
Carabinero: “chisss, ¿y en qué está que no vende este auto? Si este auto ya está yetado.”
Yo: “En eso estoy, pero no he podido venderlo. Bueno, gracias por lo realizado, me voy con el tipo de la grúa para arreglar el tema del costo.”

Me subo a la grúa, y le ofrezco 2 mil pesos, y el tipo sólo atina a soltar una carcajada. A los segundos nuevamente me pregunta si yo me compré el auto. Le ofrezco 5 mil pesos, y su cara se comienza a desdibujar, como entendiendo que yo no estaba bromeando y que estaba haciendo una oferta en serio.

Yo: “Ya, le ofrezco todo lo que ando trayendo, 7 mil pesos, las monedas las necesito para la micro”
Tipo de la grúa: “Ta’ loco, si estuve toda la noche. Esto le va a salir 70 mil pesos.” (tercer robo)
Yo: “¡Quéeeeeeeeeeee! ¿Cómo se le ocurre que le voy a pagar esa suma? Ni cagando.”
Tipo de la grúa: “Bueno, eso es lo que sale. Y si no me paga no puede sacar el auto del patio.”
Yo: “Bueno. Voy a hablar con los carabineros porque esto es un asalto. Yo no lo llamé, y lo que me cobra es un robo.”
Tipo de la grúa: “Bueno, cuando lleguemos converse con ellos.”

Llegamos al lugar donde dejan los autos encargados por robo u otros motivos, y para sorpresa mía me doy cuenta que la oficina del tipo de la grúa estaba en un container dentro del patio de vehículos, es decir, era “socio” de los carabineros. Veo que todo está en mi contra así que me pongo en modo negociador.

Yo: “Ya. ¿Cómo podemos arreglar esto? ¿Cuotas, una rebaja?“
Tipo de la grúa: "No, no hago rebajas ni doy cuotas."
Yo: "Estamos cagados entonces."
Tipo de la grúa: “¿Tiene algún seguro para el auto?”
Yo: “Sí, pero tengo el más rasca de los seguros; contra pérdida total y daños a terceros.”
Tipo de la grúa: “Ahí tamos listos.”
Yo: “¿Cómo?”
Tipo de la grúa: “Claro, el seguro paga, no ve que le salvé el auto de una pérdida total, y si cae arriba de la casa hubiesen tenido que pagar esos daños también. Pase a buscar el lunes el parte de carabineros, lo vamos a tener listo, y acuérdese que le van a pagar. El liquidador al comienzo le va a poner problemas, así que póngase duro no más, y verá que le paga.”
Yo: “¿Seguro?”
Tipo de la grúa: “Claro, si ya hemos arreglado antes con los seguros.”
Yo: “¿Y ahí quedaríamos saldados entre nosotros?”
Tipo de la grúa: “Claro, si para eso están los seguros, para que Usted no pague.”

Fui el lunes a buscar el parte y me lo entregaron con lujo de detalles tal como me había indicado el tipo, en la tarde pasé a la aseguradora e hice lo que me recomendó, y pasó lo que él predijo. Me puse duro unos minutos, y el liquidador me dice que le diga al tipo de la grúa que mande la factura no más a la aseguradora, que ellos se harían cargo.

Salí contento de allí, al final de cuentas no tendría que pagar lo que me estaba pidiendo el sinvergüenza de la grúa, sin embargo, me quedó la sensación que en ese trámite había algo más que turbio (cuarto robo) y yo había sido algo más que un cómplice. La maldición de Tu Tan Robando me había alcanzado con todas sus garras.

01 octubre 2007

Cuento: Tú auto lo amas o lo odias: tres cuentos de amor y odio con el mismo móvil. (Cuento 1 de 3)


El inicio. Todo comenzó rechinando los neumáticos.

Era finales del año 1992, llevaba casi 1 año trabajando en mi primera pega, y ya tenía ahorrado algo para cumplir el sueño de todo profesional joven, tener la independencia de movilización, podía comprarme un auto. La verdad es que no sabía que auto me compraría, ni siquiera tenía licencia de conducir.

Me puse a buscar en los diarios, en ese tiempo vivía en Los Andes, y la oferta no era mucha. Un día caminando por el centro de la ciudad ví un Datsun BlueBird gris plata, 4 puertas, año 81, y me recordó el auto que tenía el papá de unas amigas de infancia que nos llevaba a la playa en el mismo modelo. ¡Ese es el auto! Ubiqué al dueño y salimos a probarlo, para lo cual me acompañó un amigo que sabía tanto de autos como yo de bombas atómicas, nada.

Nos subimos al vehículo, el dueño me pasa las llaves, lo enciendo, lo acelero un poco sin moverlo, lo miro por dentro, su tapiz, el tablero, el exterior a través de los vidrios. Me parecía un sueño. El dueño, un tipo de trato campechano y bonachón, me dice que vayamos a dar una vuelta para probarlo. Acepto, pongo 1ra y nos movemos por el centro de la ciudad, pongo 2da, y avanzamos sin ninguna dirección fija, alcanzo a poner 3ra y ya un disco Pare me indica que debo comenzar todo de nuevo. Se repite la misma secuencia varias cuadras, mientras me doy cuenta que el dueño me mira de reojo como tramando algo. Me dice, tome esa calle y vayamos para el camino internacional, el que va para Mendoza.

Al llegar a la salida de la ciudad se desarrolla la siguiente conversación:

Huaso: “¿Es primera vez que prueba un auto?”
Yo: “Sí”
Huaso: “Se nota, porque como lo mueve todos los autos funcionan. Para probar un auto debe exigirlo. Córrase que yo le voy a mostrar como se prueba un auto.”
Yo: “Ya pos.” (el auto queda detenido sólo con freno de mano)
Huaso: “Mire, lo primero que debe probar si el auto tiene buena salida.” Bbrrrrroooooommmmm. Aceleró a fondo el auto, como queriendo hundir el pedal hasta el motor mismo.
Yo: "Guau."
Huaso: "¡Ve! El auto tiene que salir con fuerza, sentir que tiene motor." (a esa altura el auto estaba alcanzando los 100 kms/Hr)
Yo: "Mire, se siente bien. "
Huaso: “¡Ahora debe probar que los frenos funcionan!” Y no alcancé a preguntar nada cuando hundió su pie en el pedal del freno hasta dejarlo pegado al piso del auto. Por suerte me había puesto el cinturón, y mi amigo, que terminó entre medio de los asientos, se dispuso a ponerse el suyo.
Huaso: “¡Ve! Un auto a 40 km/Hr frena siempre. Tiene que probarlo así, cuando va rápido, para probar que los frenos están buenos.”
Yo: Glupp. (Sólo atiné a mirar por el espejo como parte de los neumáticos se quedaron en el pavimento a través de unas largas franjas negras)
Huaso: (con los ojos ya medios desorbitados) “Ahora tiene que probar que la dirección esté buena”. Aceleró hasta cerca de los 80 kms/Hr nuevamente y comenzó a girar el volante con una mano de un lado a otro en forma frenética. El auto se balanceaba de un extremo a otro de la carretera, yo sólo atinaba a sujetarme lo mejor posible a mi asiento mientras el huaso disfrutaba la cara de espanto que llevábamos.
Yo: “Se ve que está impecable el auto”.
Huaso: “Espere, ahora debemos probar que el auto no se carga, que esté bien balanceado”. Y procedió a dejar el auto con un costado en la calzada y el otro sobre la berma de tierra, y ¡soltó el volante a unos 80 kms/Hr! “Ve, el auto no se puede ir para ningún lado”.
Yo: “Ya! Me convenció. Se ve que el auto está a toda prueba. Se lo compro.”

Llegamos a Los Andes no sin antes que el huaso acelerara el auto a unos 130 Kms/Hr., manejando con la ventanilla abajo, con un brazo sobre la puerta y conduciendo con la mano derecha, como en señal de satisfacción, como si la tarea estuviese realizada.

Nos bajamos aún tiritando por los nervios de la experiencia con el huaso desquiciado. Le digo que nos juntemos al día siguiente en la Notaría para formalizar la compra. Nos despide con un “chao lolitos“. Al menos, me quedaría con un auto que funcionaba perfectamente, a toda prueba, y no debería tener problemas en el futuro. Eso es lo que ingenuamente pensaba. (continuará en el 2do cuento).
 
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