
-->Santiago de Chile, abril de 2010.
Y se destapó no más la olla, claro está que no hemos tocado el fondo de la misma, sólo sabemos que el mal olor que se dejaba asomar de vez en cuando efectivamente tenía asociado un trozo de carne que estaba putrefacto, realmente podrido y hediondo. Bueno, salió la tapa y se vieron varias piezas conocidas que estaban en pleno estado de descomposición.
Hace mucho rato que la olla despedía mal olor, efectivamente hace mucho tiempo, y de cuando en cuando aparecían en la prensa denuncias acerca de sacerdotes que realizaban alguna actividad reñida con sus votos, peor aún, reñidas con la ley; nos referimos a actividades pedófilas y de abusos sexuales contra niños. En los últimos años han proliferado las noticias de curas investigados por la justicia dado que hay denuncias de pedofilia por parte de los afectados, y la olla no sólo está en Chile, sino que está replicada en varios países como USA, Colombia, Brasil, Irlanda, y otros más.
Lo que llama la atención es que en varios de estos casos, donde la justicia comienza a operar recientemente, la Iglesia Católica ya había investigado – y en algunos de ellos – incluso había dictado algún tipo de sentencia, dicho sea de paso las sentencias normalmente eran del tipo espiritual, ejemplo, ciclos de oración y penitencia, retiros en conventos, cambios de diócesis, es decir, una sentencia tan dura como una esponja de baño o una sustancia.
Quizás uno de los ejemplos que mejor grafica la indiferencia y desidia con que la Iglesia Católica enfrentaba estas denuncias es la situación de monseñor Francisco José Cox Huneeus, quien durante muchos años abusó de niños y jóvenes en distintas ciudades de Chile, según consta en distintas investigaciones periodísticas. Miembro de una conspicua familia chilena, monseñor Cox a corta edad ocupaba cargos de importancia en la jerarquía eclesiástica; fue amigo y compañero de curso del cardenal Francisco Javier Errázuriz en Roma, fue nombrado Obispo y trabajó en el Vaticano, sin embargo fue destinado como segundo a bordo en la diócesis de La Serena, donde trabajó bajo la supervisión de Bernardino Piñera, y ya desde esa época se pensaba que en Roma había sido castigado por algo y fue devuelto a Chile a un cargo de segunda importancia. Varios sacerdotes denunciaron en los años siguientes a monseñor Cox ante las situaciones que les tocó presenciar, y dichas denuncias llegaron a oídos del mismo Piñera, y los entonces obispo Alejandro Goic y arzobispo Carlos Oviedo Cavada.
Fueron tantas las denuncias recopiladas por la jerarquía de la época y que fueron desestimadas, algunas a título de que Cox Huneeus pertenecía a otra congregación (la comunidad de Schoensttat) que se suponía era la que debía tomar cartas en el asunto, que cuesta entender realmente el porqué el afán de cubrir a este prelado (delincuente en realidad), más aún cuando las denuncias venían desde sacerdotes que trabajaron con Cox. ¿Afán de defender la imagen santa de la santa Iglesia Católica?
Según un ex sacerdote que estuvo ligado a la Iglesia en los tiempos que Cox era arzobispo de La Serena, la jerarquía no trata la homosexualidad ni las actitudes pederastas como un “pecado”, sino como “una debilidad”. Las relaciones con mujeres, no obstante, son “consideradas una herejía y los sacerdotes que son sorprendidos o deciden dejar el sacerdocio para construir una familia son excomulgados y enviados fuera de la zona donde ejercían para evitar ‘el escándalo’. En cambio, en casos como el de Cox, son paseados por distintos puestos, como si con eso se borrara el problema”. Cabe señalar que Cox fue nombrado arzobispo “emérito” a los 62 años de edad por la Iglesia, es decir, fue “jubilado” de las labores pastorales 13 años antes de la edad acostumbrada (75 años). Fue destinado a Colombia donde realizó tareas administrativas, y luego “se le recomendó” que tomara un retiro de penitencia para lo cual abandonó Chile y se encuentra en un monasterio.
Finalmente, cuando estamos a horas de que el Cardenal Francisco Javier Errázuriz envíe una carta pastoral a toda la curia en Chile refiriéndose a los casos denunciados de pedofilia y abusos, tanto en Chile como en el extranjero, es de esperar que al menos cuando estén mencionando el sermón dominguero y reflexionando acerca de las acusaciones de pedofilia, todos y cada uno de los sacerdotes de la Iglesia se lleven la mano empuñada al pecho y exclamen con profundo dolor y vergüenza “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”.
Hace mucho rato que la olla despedía mal olor, efectivamente hace mucho tiempo, y de cuando en cuando aparecían en la prensa denuncias acerca de sacerdotes que realizaban alguna actividad reñida con sus votos, peor aún, reñidas con la ley; nos referimos a actividades pedófilas y de abusos sexuales contra niños. En los últimos años han proliferado las noticias de curas investigados por la justicia dado que hay denuncias de pedofilia por parte de los afectados, y la olla no sólo está en Chile, sino que está replicada en varios países como USA, Colombia, Brasil, Irlanda, y otros más.
Lo que llama la atención es que en varios de estos casos, donde la justicia comienza a operar recientemente, la Iglesia Católica ya había investigado – y en algunos de ellos – incluso había dictado algún tipo de sentencia, dicho sea de paso las sentencias normalmente eran del tipo espiritual, ejemplo, ciclos de oración y penitencia, retiros en conventos, cambios de diócesis, es decir, una sentencia tan dura como una esponja de baño o una sustancia.
Quizás uno de los ejemplos que mejor grafica la indiferencia y desidia con que la Iglesia Católica enfrentaba estas denuncias es la situación de monseñor Francisco José Cox Huneeus, quien durante muchos años abusó de niños y jóvenes en distintas ciudades de Chile, según consta en distintas investigaciones periodísticas. Miembro de una conspicua familia chilena, monseñor Cox a corta edad ocupaba cargos de importancia en la jerarquía eclesiástica; fue amigo y compañero de curso del cardenal Francisco Javier Errázuriz en Roma, fue nombrado Obispo y trabajó en el Vaticano, sin embargo fue destinado como segundo a bordo en la diócesis de La Serena, donde trabajó bajo la supervisión de Bernardino Piñera, y ya desde esa época se pensaba que en Roma había sido castigado por algo y fue devuelto a Chile a un cargo de segunda importancia. Varios sacerdotes denunciaron en los años siguientes a monseñor Cox ante las situaciones que les tocó presenciar, y dichas denuncias llegaron a oídos del mismo Piñera, y los entonces obispo Alejandro Goic y arzobispo Carlos Oviedo Cavada.
Fueron tantas las denuncias recopiladas por la jerarquía de la época y que fueron desestimadas, algunas a título de que Cox Huneeus pertenecía a otra congregación (la comunidad de Schoensttat) que se suponía era la que debía tomar cartas en el asunto, que cuesta entender realmente el porqué el afán de cubrir a este prelado (delincuente en realidad), más aún cuando las denuncias venían desde sacerdotes que trabajaron con Cox. ¿Afán de defender la imagen santa de la santa Iglesia Católica?
Según un ex sacerdote que estuvo ligado a la Iglesia en los tiempos que Cox era arzobispo de La Serena, la jerarquía no trata la homosexualidad ni las actitudes pederastas como un “pecado”, sino como “una debilidad”. Las relaciones con mujeres, no obstante, son “consideradas una herejía y los sacerdotes que son sorprendidos o deciden dejar el sacerdocio para construir una familia son excomulgados y enviados fuera de la zona donde ejercían para evitar ‘el escándalo’. En cambio, en casos como el de Cox, son paseados por distintos puestos, como si con eso se borrara el problema”. Cabe señalar que Cox fue nombrado arzobispo “emérito” a los 62 años de edad por la Iglesia, es decir, fue “jubilado” de las labores pastorales 13 años antes de la edad acostumbrada (75 años). Fue destinado a Colombia donde realizó tareas administrativas, y luego “se le recomendó” que tomara un retiro de penitencia para lo cual abandonó Chile y se encuentra en un monasterio.
Finalmente, cuando estamos a horas de que el Cardenal Francisco Javier Errázuriz envíe una carta pastoral a toda la curia en Chile refiriéndose a los casos denunciados de pedofilia y abusos, tanto en Chile como en el extranjero, es de esperar que al menos cuando estén mencionando el sermón dominguero y reflexionando acerca de las acusaciones de pedofilia, todos y cada uno de los sacerdotes de la Iglesia se lleven la mano empuñada al pecho y exclamen con profundo dolor y vergüenza “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”.